Ya de vuelta cargadito de sensaciones y experiencias que estiran el alma. Hace unos meses resulté flamante ganador del certamen fotográfico “Viaje a Ceylán” patrocinado por una muy conocida marca perfumera Española. El premio me abría más aún si cave el apetito fotográfico por descubrir personas que me muestren como lo hacen, como viven, una sonrisa interior, y sobre todo, como siempre por seguir descubriéndome a mi mismo que es la gran excusa de por qué hago fotografía. Ya hace tiempo que me di cuenta que mi corazón y mi índice formaban un gran equipo y decidí embarcarlos conmigo en un vuelo hacia Colombo. Viajar a la antigua Ceylon, como la llamaban los ingleses me producía un gran interés y sobre todo me abría un basto mundo de expectativas ya que fotográficamente no había podido encontrar mucho material de calidad.
Una de las historias que desde casa ya me parecían curiosas de contar era esa forma tradicional de pesca que desgraciadamente ya se va perdiendo, como todo lo que huele a auténtico. Estos pescadores han conseguido imitar a la naturaleza, tanto en la sostenibilidad de su pesca como en su apariencia, verdaderos flamencos. Los precisos movimientos de su caña acercándose y alejándose de la mar, intentando ese “Roce salado” me recuerdan a esa bella ave acercando su pico en ávida de su fruto.
Actualmente, son muy pocos los lugares donde se sigue utilizando este “arte”, fundamentalmente en el sur de la isla y más concretamente en la zona de Weligama. Cuando llegué a este lugar, varios pescadores me contaron que hacía más de un mes que no pescaban. Cuando la mar se enoja miles y miles de pececitos nadan despavoridos hacia la orilla. Mi suerte enfadó a Ulises y grandes sombras negras inundaban la orilla de la playa. Era la hora de pescar. Y allí me vi yo sumándome a estos señores del mar, intentando que mi pesca también fuera rica y sostenible, pero sobre todo que contara una historia.
Aunque había podido ver infinidad de fotografías mejor o peor resueltas necesitaba pasar al menos dos días con mis pescadores para buscar una mirada diferente, mi mirada. Sin plagios ni sucedáneos. Solo pude encontrar cinco playas vestidas con estos delgados troncos que se aferran a la mar. En una de ellas, en la mejor por el paisaje que la rodeaba tres señores habían montado un chiringuito turístico donde por una no muy módica cantidad de dinero ellos tres se subirían a los palos para interpretar de la forma más creíble un día de pesca en un lugar paradisiaco. Una pena, evidentemente me negué a pagar y ser parte de la foto solo por la foto. A la vuelta de la esquina me esperaba una pequeña playa donde pude conversar con un pescador bonachón cuyos kilos de más se negaban a reposar sobre aquel invento de madera. Mi magnifico pulso, ávido de cerveza hizo el resto.